Amores que fluyen

Utamaro Amantes 02

Kitawaga Utamaro (c. 1753-1806)

Amantes, 1788

Museo Británico de Londres

 

Volvemos con fuerza al mundo de la pintura japonesa y de nuevo lo hacemos con uno de sus pesos pesados: Kitawaga Utamaro.

Junto con Hiroshige y Hokusai se trata de uno de los autores más famosos del llamado ukiyo-e japonés y por lo tanto uno de los más reconocidos fuera de sus fronteras.

Nos encontramos con un autor tremendamente prolífico que desarrolló gran parte de su arte en Edo, nombre que recibía la actual Tokio, y que fue la sede poder del shogunato Tokugawa entre los años 1603 y 1868.

Se formó académicamente hasta 1782 en el taller del afamado maestro Toryama Sekien (1712-1788), y a partir de ese momento abandonó su antiguo nombre de Kitagawa Toyoaki para usar el de Utamaro. Este hecho coincidió con el momento en que conoció al editor Tsutaya Juzaburu, personaje que cambiaría por completo su vida dotándole de sustento económico, amistad y seguridad.

La obra de Utamaro es un compendio de escenas por la que circula todo tipo de composiciones y temas; aunque ha pasado a la posteridad por sus series de mujeres en actitudes diversas: madres con niños paseando por un jardín, aseándose, pintándose, juegos infantiles, geishas, figuras en pareja… De hecho este tipo de escenas reciben un nombre concreto, bijin-ga o “imágenes de mujeres bonitas”, en las que también destacaron autores como Suzuki Haranobu, Kitao Masanobu o Torii Kiyonaga (de este último Utamaro tomó su feminidad elegante y delicada, así como el fuerte matiz erótico que jalona su obra pictórica).

Bajo la tutela y dirección de su editor, Utamaro dominó el arte en la ciudad de Edo en un momento especial en la vida política y cultural de la capital. Tuvo que sufrir en sus propias carnes la opresión y el férreo control llevado a cabo por el Shogun o bakufu Tokugawa Ienari (1773-1841) que promovió las famosas reformas Kansei, ideadas por su ministro Matsudaira Sadanobu, en las que el gobierno pretendía controlar la vida cultural y los valores morales de sus habitantes.

Como era de esperar, Utamaro intentó zafarse de ese estrecho control por lo que fue encarcelado en 1804, justo dos años antes de morir. Aunque no está del todo documentado se cree que tuvo que sufrir un arresto domiciliario durante 50 días. Al parecer, el hecho que motivó su persecución fue la realización de un tríptico con motivos históricos en los que se creyó ver una crítica satírica sobre la disipada vida en la corte de los shogunes de la ciudad de Edo. En este tríptico, titulado Hideyoshi y sus cinco concubinas, se representaba a la esposa del caudillo militar Toyotomi Hideyoshi y sus concubinas, lo que se consideró una ofensa al estamento del poder.

La imagen que hoy analizamos pertenece a ese momento crucial en la vida de nuestro autor. Este cuadro forma parte de ese tipo de pinturas denominadas ukiyo-e o “estampas del mundo que fluye” que tuvieron un éxito extraordinario en aquel momento y que incluso en la lejana Europa tuvieron un filón de seguidores (sin ir más lejos, los impresionistas y postimpresionistas vieron en estas obras un referente estético a sus aspiraciones pictóricas).

Este cuadro de los Amantes forma parte de la serie “Poemas de almohada” o Utakura, englobado en el género pictórico conocido como pinturas shunga. Se trata de una serie de 12 imágenes, de contenido erótico o sensual, en las que aparecen alusiones poéticas en forma de textos muy cortos.

Para visualizar el poema inmerso en este cuadro debemos fijarnos en el abanico o tessen que porta el hombre, quizá un samurai adinerado, en el que aparecen los siguientes versos: “Preso su pico / entre las valvas de la almeja / No levanta vuelo la agachadiza / esta tarde de otoño”. Este tipo de poemas se denominaban kyoka (“poemas locos”, eran de corte cómico, irónico o satírico) y fueron muy habituales durante el período Edo. En este caso son autoría de un amigo de Utamaro llamado Yadoya Meshimori, seudónimo de Ishikawa Masamochi, que también contaba con la protección de la influyente editorial de Tsutaya Juzaburo. En dicha composición se parodia una pieza del famoso monje y poeta del siglo XII llamado Saigyo Hoshi.

La imagen representa una escena de interior, en la que dos amantes se besan dulcemente en la habitación privada de una casa de té (un lugar habitual de este tipo de encuentros en aquella época, y muy frecuentes en el barrio de Yoshiwara). El árbol que vemos al fondo, junto con el junco de la izquierda, posiblemente nos hacen situar el encuentro en un piso superior de la casa y bien entrada la tarde.

El dibujo de Utamaro, dulce y sinuoso, hace que la pareja entrelazada domine la escena central, provocando un fuerte contraste entre el minimalismo de algunas zonas del cuadro y el detallismo extremo de otras, como por ejemplo el pelo de la mujer o sus kimonos ricamente decorados.

De manera premeditada los rostros de los amantes se nos ocultan, tan solo podemos ver sutilmente el ojo derecho de él, que a medio abrir parece mirar a su amante tiernamente. Utamaro ha sabido captar ese mágico momento en el que los amantes parecen no querer separarse, en cierto modo todo está pensando para manifestarlo así frente al espectador (el autor nos convierte en auténticos voyeurs). Las manos de la mujer acarician dulcemente la barbilla del hombre y él la atrae hacia sí por el hombro, dando fuerza a una escena de fuerte contenido sexual.

Otro elemento clarificador de la obra de Utamaro, al igual que la de otros pintores del llamado ukiyo-e, es el uso limitado de los colores. Su paleta es muy escasa, quizá motivada por las  fuertes limitaciones morales de este período, y la tipología de este tipo de xilografías, en los que predomina el uso del blanco en contraste con otros como el rojo, negro o gris. Como era habitual en este autor, los contornos están finamente realizados con un trazo curvilíneo, que contrasta con las rotundas líneas horizontales que aparecen al fondo formando la ventana. No debemos olvidar la extremada dificultad que entrañaban este tipo de dibujos a tinta, en los que no se permiten errores y además deben ser trazadas de una sola vez. Sus gestos son precisos ya que se excluía de la composición cualquier tipo de disolución pictórica en la pincelada.

La obra de Utamaro nos lleva de la mano por el dramatismo de sus líneas. Son direcciones que discurren juntas o enfrentadas, arrancan desde muy lejos y convergen hasta estremecerse. El laberinto de pliegues y motivos atraen la mirada del espectador hacia el dominio erótico de los ropajes, que envuelven los cuerpos y permiten olvidar la exhibición de sus delicadas prendas, frente a la sensualidad de su desnudez apenas esbozada.

Toda la escena está insinuada y se muestra ambigua, pero al mismo tiempo nada de lo que aparece es confuso. Los cuerpos son rotundos pero parecen diluirse bajo los pliegues de sus kimonos, dejando un delicado poso en nuestra mirada que hace que veamos esta imagen desde la emoción y la empatía, tal vez desde nuestro propio deseo.

 

 

 

 

Sólo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arte. Gozamos del día excitados por el vino sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar –como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante. Esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero

Ashi Ryoi

 

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